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Diario de la pobreza energética

Por Javier Rico de Ballena Blanca

Olivia y Ángel viven en el distrito madrileño de Carabanchel, Elena y sus tres hijas en San Fernando de Henares, también en Madrid. Ambas familias sufren los estragos del frío por sus problemas para pagar la factura de la electricidad y la calefacción. Este es el relato de mis visitas a sus casas en la parte más cruda del pasado invierno.

Ninguna de las cinco millones de personas afectadas por la pobreza energética en España es capaz de mantener su casa a una temperatura adecuada en cada época del año. Y la cosa va a peor, pues según el tercer estudio sobre el tema realizado por la Asociación de Ciencias Ambientales, se ha producido un incremento del 22% de la población afectada en los dos últimos años. Durante la realización de este reportaje se aprobó el real decreto ley para financiar el coste del bono social y «otras medidas de protección al consumidor vulnerable de energía eléctrica». Para estas familias llega tarde y mal, por lo que ya han sufrido y sufren y por la vorágine opresiva en la que les han metido los sucesivos incrementos de las tarifas de luz y gas y el empobrecimiento de amplios sectores de la población debido a la crisis económica, los recortes y la precariedad laboral. En esta vorágine están nuestros protagonistas.

23 de diciembre

Olivia y Ángel viven en un piso de 80 metros cuadrados del distrito madrileño de Carabanchel por el que pagan una hipoteca. Ella trabaja solo durante tres horas los días lectivos en un comedor escolar y él está en paro, víctima de un despido amparado por la última reforma laboral.

Su hija estudia en Alicante, y aunque tienen cubierto el alojamiento y la manutención a través de un familiar, el pago de sus estudios universitarios también trastoca la economía familiar por el aumento de los precios de la matrícula y las tasas.

Y además tienen que comer, vestirse y, por supuesto, encender la luz y la calefacción. Bueno, sobre esto último funciona más el apagado: «Vamos apagando constantemente las luces a medida que salimos de cada habitación y la calefacción la mantenemos apagada casi todo el día, solo la encendemos entre las diez y las doce de la noche», apunta Olivia, enfundada en jersey y bata. Además tienen dos habitaciones cerradas y con los radiadores siempre desconectados, donde dormían la hija y la madre de Olivia. Afortunadamente, en esta primera visita el invierno no ha mostrado su cara más dura, y el buen aislamiento (muros exteriores gruesos y de hormigón) que muestra la vivienda, a pesar de su antigüedad, amortigua la sensación de frío.

Elena y sus tres hijas, de dos, siete y diez años, viven en un piso de San Fernando de Henares con alquiler social conseguido a través de la Comunidad de Madrid. Disponen de una renta mínima de inserción. Y son una de las once familias que colaboran en el diagnóstico y solución de la pobreza energética en esta ciudad madrileña con la Fundación Ecología y Desarrollo (Ecodes), un programa con el que han conseguido ahorros del 23% solo con recomendaciones de cambio de contrato (unos 146 euros al año).

Cuando llego, Elena me pregunta si podemos postergar la cita. Aun así, consigo sacar algo en claro sobre el ‘apagado’. Mientras cambio unas primeras impresiones con la madre sobre su situación energética en el hogar y la obsesión por las luces apagadas, se oye a la hija mayor de fondo gritar: «Nos tiene hasta el moño con el apaga la luz cuando salgas». Ya veremos cómo llevan esta situación de niñas que van de los dos a los diez años.

12 de enero

La segunda visita a la casa de Olivia y Ángel me permite comprobar que, fuera de la salita en la que me atienden, y que utilizan como estancia habitual, el frío muestra sus dientes. A medida que avanza el invierno, el remanente de calor que han dejado el verano y el otoño se empieza a disipar. Pero ellos siguen con su economía energética de subsistencia. «Seguimos encendiendo la calefacción, y en posición moderada, a las diez de la noche para que nos permita caldear un poco la casa antes de ducharnos y también nos vayamos a la cama algo más calentitos», explica Olivia. Ángel añade que, a pesar de todo, «no podemos ahorrar todo lo que quisiéramos, ya que cada vez suben más los términos fijos que nos aplican en las facturas y que no dependen del consumo».

Miramos la última factura y, aunque no nos sirve de referencia completa porque aún no entra el mes de diciembre, sí vemos que entre el término fijo mensual de la electricidad, el alquiler de los equipos de medida y los impuestos suma 24 euros, más de la mitad del importe de la factura: 42,40 euros.

El piso de Elena y sus hijas tiene solo 40 metros cuadrados. La parte buena es que sus reducidas dimensiones, e incluso la distribución, ayudan a manejar mejor las necesidades de luz y calor, que en este caso se satisfacen con un radiador eléctrico. La casa tiene solo una habitación en la que duermen las cuatro, junto al cuarto de baño. «Meto el radiador un poco antes en el aseo y luego baño a las tres a la vez para aprovechar al máximo el agua del termo eléctrico y el calor del radiador», aclara Elena. Consciente y agobiada por el peligro que supone para el consumo tener un aparato eléctrico para calentarse, ha sufrido la voracidad de los comerciales de las compañías eléctricas. Estos se aprovechan de la angustia de este tipo de familias y su búsqueda desesperada de ahorrar en el recibo de la luz.

Ecodes, junto a los Servicios Sociales del Ayuntamiento de San Fernando, están intentando solucionar este problema, pero no pudieron evitar que un comercial de Gas Natural Fenosa se colara en el hogar y les ofreciera un «chollo» de factura del que ahora sufren sus consecuencias. «Me dijeron que no tendría ningún problema con mi anterior compañía (Iberdrola) y que iba a pagar mucho menos con una tarifa plana de 40 euros por recibo —asegura Elena—, pero ahora Iberdrola me reclama 300 euros de la permanencia y me he enterado por Carlos (Pesqué, técnico de Ecodes) que con esta factura no puedo acceder al bono social».

15 de enero

Es domingo y solo he quedado con Olivia y Ángel porque van a asistir a una reunión temática sobre la pobreza energética que organiza la Asamblea Popular de Carabanchel 15M en una plaza muy cercana a su casa. Representantes de la Plata- forma por un Nuevo Modelo Energético exponen y denuncian el problema y las maneras de luchar contra él. La pareja toma nota de todo.

«Mira, esto de cocinar principalmente con ollas ya lo hacemos nosotros, ya que la comida se hace antes y ahorras gas», comenta Olivia. Pero lo peor llega cuando se exponen casos dramá- ticos de pobreza energética en el barrio: Jairo tuvo que ser ingresado en urgencias porque tras ducharse continuamente con agua fría sufrió una hipotermia; y a Yuri le cortaron el suministro de gas por no poder afrontar la factura a pesar de vivir con un niño pequeño de seis años. Olivia y Ángel comparten su situación y experiencia con el resto de afectados y se llevan a casa un manual de medidas para reducir el gasto energético tras compartir algunas de las que llevan a cabo en su casa.

18 de enero

Vuelvo a casa de Elena en un ambiente nada halagüeño, con los pronósticos meteorológicos anunciando una ola de frío y los medios de comunicación advirtiendo de una subida desorbitada del precio de la luz que reconoce el propio Gobierno. Ni siquiera estos malos augurios tensan o entristecen el ambiente. La madre no quiere que la pobreza energética, unida a otros sinsabores que han pasado ella y sus hijas, interfiera en la vitalidad y alegría que muestran las pequeñas. «Y si tengo que poner algo más el radiador, pues lo pondré y a ver si me ayudan a arreglar lo de las facturas», comenta la joven madre (27 años) mientras cocina economizando fuegos. «Solo enciendo uno y lo aprovecho para calentar el siguiente plato, porque sé que si enciendo otro va a consumir más». El seguimiento que les hace Ecodes conlleva que se adopten estos trucos de ahorro (también le han cambiado todos los puntos de luz a led), aunque nada pueden hacer cuando aprieta el frío. «Si no conseguimos que nos lo den los familiares que más nos ayudan, voy a ir con las niñas a comprar leotardos, camisetas térmicas y polares».

25 de enero

Se ha pasado lo peor de la ola de frío, pero en casa de Elena me recibe ella con bata y polar y las pequeñas con leotardos y chándales. «Uf, sí que hemos pasado frío, hemos dormido todas en la misma cama y aquí ya ves cómo estamos de mantas, hasta arriba». Elena muestra la pila de mantas que tienen en el comedor, esenciales para sobre- llevar el frío mientras comen o están frente a la televisión.

En comparación con la casa de Olivia y Ángel, aquí las paredes son de papel, y encima gran parte de la vivienda da al exterior. La entrada en la cocina, en la que falta gran parte del mobiliario habitual en una estancia de este tipo (no hay frigorífico grande, ni horno ni lavavajillas), te hace sentir la misma sensación de frío que si estuvieras en la calle. El mismo día me acerco también a la casa de Carabanchel. Y se nota que avanza el frío en el hogar. Entro con abrigo y polar pero este último no me lo quito porque no me sobra en ningún momento. Además, Olivia y Ángel siguen manteniendo el mismo régimen de encendido de la calefacción. A pesar del poco uso que están haciendo de la calefacción de gas, temen la llegada de la factura: «Lo que intentamos siempre es estar presentes sí o sí el día que vienen a hacer la lectura, porque no queremos que después de los esfuerzos en ahorrar, al estar ausentes la empresa nos aplique una media de consumo con otros años o el que crean conveniente por la fecha y la zona».

9 de febrero

«El termo eléctrico llega para las niñas, pero para mí no», me comenta Elena, que intenta aprovechar el último chorro caliente de la ducha tras pasar por ella a sus hijas. La mayor se queja: «Yo tengo que lavarme más veces el pelo y no quiero hacerlo con agua fría». Falta más de mes y medio para que acabe el invierno, pero Elena afirma tener «muchas ganas de que termine ya». Aunque advierte, la pobreza energética se mantendrá: «Esta casa igual que es muy fría en invierno tiene mucho calor en verano, y solo contamos con un ventilador que consume mucha electricidad y refresca poco. Nos tocará otra vez echar los colchones en el salón y a dormir ahí». El dormitorio y la cocina son las estancias más expuestas al exterior y el salón queda en medio de ambas.

16 de febrero

Olivia no esconde que «ha habido días de tiritonas en casa». A pesar del buen aislamiento, la alianza de lluvia y frío de los últimos días les ha hecho mella: «Hemos tenido que tirar de mantitas más de la cuenta, sobre todo cuando te sientas a ver la tele». En esta visita Ángel se lamenta de la prolongación de una situación que empezó hace dos años, cuando él se quedó en paro: «El año pasado encendíamos la calefacción un poco antes, pero la prolongación de la economía de subsistencia nos obliga a encenderla cada vez más tarde». Siguen pendientes y temerosos de la llegada de la factura. «Segura- mente llamemos antes, principalmente para saber si tendremos saldo en la cuenta para pagarla», afirman.

22 de febrero

No hace frío en San Fernando de Henares, donde más bien nos acercamos a un tiempo primaveral. Elena y sus tres hijas están, junto a varios familiares, en el parque más cercano a su vivienda. «Es que casi se está aquí mejor que en casa», resalta la madre. Ante mi afirmación de que no ha sido un invierno muy duro, excepto una semana o así, Elena salta y demuestra que la pobreza energética hace duro lo que los demás estimamos soportable: «La noche del domingo otra vez dormimos juntas y con todas las mantas posibles». Justo el día anterior, el trabajo de seguimiento de Ecodes emitió los informes de las once familias de San Fernando de Henares, y el de Elena no salía muy bien parado. Era uno de los que mostraba un consumo energético excesivo y otra de las caras de la pobreza energética: ¿Cómo es posible tanto consumo y a la vez tanto frío? «Es que todo es eléctrico —dice ella—, la vitrocerámica, el termo y el calefactor». Otro hándicap: no tiene trabajo fuera de casa y se mantiene en ella todo el día con la más pequeña, lo que obliga a disparar el consumo.

En el informe también se incide en la necesidad de cambiar de contrato (es tarifa fija, pero con ese consumo le puede llegar un recibo extra a final de año imposible de afrontar), conseguir el bono social y salir de las garras del mercado libre en el que la metieron primero los comerciales de Iberdrola y luego los de Gas Natural Fenosa. Eso lo tiene claro Elena: «Mira, el otro día vinieron los de Endesa y casi me los como, les chillé desde la puerta que se fueran; mi hija pensaba que estaba loca».

A casa de Olivia y Ángel ha llegado la factura correspondiente al primer periodo con calefacción y están de acuerdo con ella. «Son 80 euros —afirman—, era lo que esperábamos, pero aún así fíjate que es el doble de una factura normal y solo con algunos radiadores conectados dos horas; nos demuestra que es carísimo y que con más tiempo nos sería imposible afrontarlo». Aquí me callo lo del buen tiempo de estos días de finales de febrero, entre otras cosas porque ni siquiera la infusión calentita que me ofrecen mitiga la sensación de frío que va calando en el piso a medida que se consolida el invierno. Yo lo noto en las piernas. «Y en todo el cuerpo», advierte Olivia, que no se desprende de su jersey y la bata.

Rosa y Salva

Mientras realizaba estas visitas en el invierno, murieron Rosa, en Reus (Tarragona) y Salva, en Madrid. La primera en un incendio provocado por una vela al estar a oscuras después de que la compañía eléctrica le cortase la luz y el segundo de hipotermia en las calles de la capital; era un sin techo. También por estas fechas, un informe del Ayuntamiento de Barcelona y de los bomberos de la Generalitat de Cataluña aseguraba que «la pobreza energética puede estar detrás de seis de cada diez muertes en incendios».

Ballena Blanca es una revista independiente de medio ambiente y economía. Este artículo aparece en el número 10 de su revista trimestral.

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